miércoles, 21 de septiembre de 2011

Aquel viernes vagué por las calles hasta hartarme, con una botella de ginebra bajo el brazo y una cajetilla de tabaco a medio terminar en la solapa.
Un trago. Un cigarro. Una dama que buscó mis atenciones y que se marchó en cuanto forcé una sonrisa. Las mujeres suelen sentirse satisfechas cuando hacen sonreír a un hombre taciturno como yo. Se sienten atractivas.
Una cerveza. Otra parte de mi ginebra perdida en lo más hondo de mi estómago. Un beso robado bajo una lámpara fundida.
El ciclo se repitió incansablemente hasta el amanecer, momento en el que decidí abandonar todo aquel ambiente lúgubre y sustituirlo por la sensatez de caminar cerca del mar. Mi aspecto debía ser temible: necesitaba afeitarme, los ojos inyectados en sangre, el pelo revuelto, el olor a alcohol.
Un hombre que pintaba mirando cara el océano me lanzó una mirada curiosa detrás del caballete. Probablemente estaba aprovechando a pintar ahora que el alba estaba rompiendo. A su vez, yo observé los cuadros que tenía terminados y me centré en uno en especial, el de una mujer con ojos verdes como piedras preciosas.
-Se lo compro.- mi voz sonó pastosa, pesada  y tóxica como plomo.
Los ojos empañados del pintor me analizaron.
-Suficiente con esa botella de ginebra a la mitad y tus últimos cigarros.- dijo, después de escudriñarme fieramente.
Alcé las cejas levemente.
-¿Está seguro de que no prefiere dinero? - insistí, sorprendido por su petición. Era un cuadro bueno y no me habría importado pagar por él de verdad.
Sacudió la cabeza, a la vez que plegaba el caballete.
-Si fuera usted fuera listo, dejaría de decir sandeces y aceptaría.- opinó, guardando las pinturas. Como haciéndose de rogar, encendió una pipa y clavó sus ojos de aguilucho en mí.
Le entregué la bebida y el tabaco. El hombre aceptó todo con un asentimiento.
-¿Por qué no dinero? - pregunté, divertido. El pintor ya estaba a punto de cargar sus bártulos para abandonar el lugar.
-Sería como vender mi alma.- farfulló, gruñón, comenzando a alejarse.- Joven, tienes que aprender que ese tipo de cosas no pueden comprarse con dinero. No es posible venderlas, y el oro, con su tendencia a pasar de mano en mano, tan sólo las ensuciaría.
-Pero has vendido tu cuadro por media botella de ginebra y tres cigarrillos.
El pintor esbozó una sonrisa desdentada.
-Si te lo hubiera pedido, me habrías invitado de todos modos.- dio un trago a la ginebra, cogió un cigarro y los regresó a su dueño.- Quédate con el cuadro. Es gratis.
Perplejo y cansado, soy consciente de la forma en la que su sombra se alargó tras él hasta desaparecer.


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