miércoles, 9 de noviembre de 2011

Corazones Envenenados nunca cambiarán

Alcé la vista por encima del ruido de la ciudad y entonces, en medio de tantas almas perdidas de rumbo desconocido, me vi a mí mismo; una silueta perdida en medio de un mar de sombras. Caminaba sin mirar a ninguna parte en concreto. Y quizás ése era el mayor de mis errores.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Aquel viernes vagué por las calles hasta hartarme, con una botella de ginebra bajo el brazo y una cajetilla de tabaco a medio terminar en la solapa.
Un trago. Un cigarro. Una dama que buscó mis atenciones y que se marchó en cuanto forcé una sonrisa. Las mujeres suelen sentirse satisfechas cuando hacen sonreír a un hombre taciturno como yo. Se sienten atractivas.
Una cerveza. Otra parte de mi ginebra perdida en lo más hondo de mi estómago. Un beso robado bajo una lámpara fundida.
El ciclo se repitió incansablemente hasta el amanecer, momento en el que decidí abandonar todo aquel ambiente lúgubre y sustituirlo por la sensatez de caminar cerca del mar. Mi aspecto debía ser temible: necesitaba afeitarme, los ojos inyectados en sangre, el pelo revuelto, el olor a alcohol.
Un hombre que pintaba mirando cara el océano me lanzó una mirada curiosa detrás del caballete. Probablemente estaba aprovechando a pintar ahora que el alba estaba rompiendo. A su vez, yo observé los cuadros que tenía terminados y me centré en uno en especial, el de una mujer con ojos verdes como piedras preciosas.
-Se lo compro.- mi voz sonó pastosa, pesada  y tóxica como plomo.
Los ojos empañados del pintor me analizaron.
-Suficiente con esa botella de ginebra a la mitad y tus últimos cigarros.- dijo, después de escudriñarme fieramente.
Alcé las cejas levemente.
-¿Está seguro de que no prefiere dinero? - insistí, sorprendido por su petición. Era un cuadro bueno y no me habría importado pagar por él de verdad.
Sacudió la cabeza, a la vez que plegaba el caballete.
-Si fuera usted fuera listo, dejaría de decir sandeces y aceptaría.- opinó, guardando las pinturas. Como haciéndose de rogar, encendió una pipa y clavó sus ojos de aguilucho en mí.
Le entregué la bebida y el tabaco. El hombre aceptó todo con un asentimiento.
-¿Por qué no dinero? - pregunté, divertido. El pintor ya estaba a punto de cargar sus bártulos para abandonar el lugar.
-Sería como vender mi alma.- farfulló, gruñón, comenzando a alejarse.- Joven, tienes que aprender que ese tipo de cosas no pueden comprarse con dinero. No es posible venderlas, y el oro, con su tendencia a pasar de mano en mano, tan sólo las ensuciaría.
-Pero has vendido tu cuadro por media botella de ginebra y tres cigarrillos.
El pintor esbozó una sonrisa desdentada.
-Si te lo hubiera pedido, me habrías invitado de todos modos.- dio un trago a la ginebra, cogió un cigarro y los regresó a su dueño.- Quédate con el cuadro. Es gratis.
Perplejo y cansado, soy consciente de la forma en la que su sombra se alargó tras él hasta desaparecer.


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domingo, 21 de agosto de 2011

Ayer, tomaba un refrigerio en mi café favorito, cuando la vi: cabellos azabache, ojos de esmeralda y piel de marfil.
El papel me sonrió al mismo tiempo que ella y me sentí bloqueado de tal manera divina y prodigiosa que sólo pude escribir con inaudita seguridad:



Ella
                  va a destruirme         

                                                                 y a salvarme

                                                  de mí mismo.

jueves, 28 de julio de 2011

El vacío puede presentarse de varias formas, pero ninguna de ellas es tan desoladora como aquel que sientes cuando ves que estás dejando lo mejor de ti atrás. Sigues adelante a pesar de todo, sin percibirlo, sintiendo como el alma se te escapa por cara poro, por los labios, por los ojos y las manos. Entonces te paras, miras atrás, y en ese breve instante que separa tu mundo en dos, caes en la cuenta de que ya has perdido esa parte de ti para siempre.
Caminaba por la playa en un silencio reparador casi solemne, notando cómo los últimos rayos de un Sol que abandonaba el trono del día me acariciaban la cara.
Mis pasos se hundieron en la arena durante largos minutos en cada nuevo paso, saboreando el deleite de la arena entre mis dedos. Pensé en ese tipo de cosas tenebrosas que suelen atacarme por la noche. Si cuando envejezca podré seguir apreciando cosas que a simple vista parecen tan vanas, como el tacto de la arena en la planta de mis pies, o la luz del Sol besándome la cara antes de morir.
Me quedé quieto como una estatua, en el medio de una playa desierta. El mar era mi única compañía.
Me cuestioné cosas que debería sólo limitarme a sentir; cosas que se escapan a mi entendimiento y que lo único que consiguieron fue dejarme un sabor amargo en la boca.
Y aquel momento fue bifurcándose hasta llegar al instante en el que miré a mis pasos grabados en la arena y noté cómo algo huía de mí y tan sólo dejaba pesadez.
Mi infancia se había ido, ultrajada porque la he buscado. Entonces comprendí que tan sólo dejas de ser niño en cuanto comienzas a cuestionártelo.
Y volví a perderme, esta vez para siempre.

sábado, 23 de julio de 2011

Ayer me pasé la noche en vela, con el corazón recogido en un puño de seda y la vela alumbrando mis ojos febriles en el espejo. La oscuridad me da la impresión de que tengo demasiadas cosas en mente y muy poco tiempo para llevarlas a cabo. Tan sólo cuando el alba se reflejó en las sábanas blancas de mi lecho conseguí conciliar el sueño.
Y ahora estoy aquí; preguntándome qué diablos estoy haciendo, por qué escribo esto en las hojas traseras de mi cuaderno de tapas oscuras. Bien podría estar invirtiendo mi tiempo en cualquier otra cosa más pragmática, más productiva y, sin embargo, estoy deslizando mi pluma por hojas amarillentas y gastadas, dejando un rastro de pensamientos de tinta sin un sentido concreto.
¿Quién soy? Os estáreis preguntando. La verdad es que no estoy demasiado seguro.
¿Mi nombre? La verdad es que no tiene demasiada importancia. Podría haberme llamado Willhem, Norbert o Ulrik, mas mis padres han decidido llamarme como aquel hermoso condenado que una vez creó Oscar Wilde.
¿Por qué estoy aquí? Francamente, no lo sé. Lo único de lo que estoy seguro con certeza es que he venido para quedarme.